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EMOCIONES para examen

EMOCIONES

Las emociones son la brújula existencial que indica el camino único de cada cual, pues constituyen señales auténticas de quiénes somos y quiénes queremos ser. Son la raíz de toda vocación, la sustancia de cada pasión y el combustible que nos mantiene en acción para alcanzar el triunfo personal. Sin embargo, también suelen ser el motor de grandes infortunios y hechos dolorosos en la vida. Ellas están ahí, para bien o para mal, inherentes a la humanidad y tan naturales y cotidianas. Pero hoy las emociones nos enaltecen agraciándonos con lo que jamás ninguna supercomputadora tendrá: el privilegio de sentir. Juntos, lo racional y lo emocional, son la clave de nuestras decisiones exitosas.

emociones como señales

Todas las emociones son un instrumento valioso puesto que nos brindaron información existencial. Yo sostengo que son el sexto sentido que nos permite percibir lo importante en nuestra vida. Fijate, voy a evidenciar esto con una pregunta. Pensá en tu trabajo, tu hobbie o tu actividad favorita y respondeme: ¿cuál de los 5 sentidos te dice que tu trabajo es lo que te gusta? ¿Es porque te gusta su aroma que lo elegiste? ¿Tiene rico sabor? ¿Acaso una textura suave? ¿Lindo color? ¡No! Estoy seguro que no elegiste tu trabajo o hobbie por su textura o por como huele, sabe, suena o luce. Es una sensación de disfrute especial que experimentamos cuando hacemos algo lo que nos indica que esa actividad nos gusta, y no lo sentidos. Todos recordamos ese pasaje donde el zorro le decía al Principito: “No se ve bien si no es con el corazón, porque lo esencial es invisible a los ojos”. Las cosas importantes o esenciales las “vemos” con las emociones, nuestro “sexto sentido”. No es lo que papá, mamá o la sociedad espera para vos lo que tiene de elegir, sino lo que dicta tu corazón. En algunos casos esas señales del corazón son muy claras e intensas y casi no hay lugar a dudas con respecto a cuál es el propósito en la vida de esa persona. Sin embargo, en mi experiencia y en la de mis consultores, casi siempre existe un gran porcentaje de incertidumbre en todo lo que hacemos, sobre todo cuando nos estamos iniciando en algo. No siempre estamos tan seguros de que las señales de las emociones sean las correctas. Es que pocas veces, o más bien nunca, tenemos garantías de cómo resultará todo. Y ante esta inseguridad suelen cobrar fuerzas las opiniones de terceros donde los “deberías” provenientes de padres, instituciones e suelen ser mandatos muy fuertes que en muchos casos nos desorientan aún más. Estas señales existenciales son simplemente emociones que van indicándote cómo te sentiste respecto de algo. Puede que al imaginarte haciendo algo sientas una sensación de bienestar, o bien puede que lo sientes una vez que estés haciendo efectivamente esa actividad. Estas señales constituyen justamente tu vocación. La palabra vocación proviene del latín “vocare”, que significa llamar, convocar. La vocación es un llamado interior a hacer algo que seguramente será tan único e irrepetible como vos mismo. No siempre entendemos estas señales en el momento, sino que las terminamos de comprender luego de un tiempo. Se trata de tener perspectiva y mirar más allá de nuestro horizonte. Creo que las emociones están ahí para decirnos hacia dónde mirar, a pesar de que carezcamos de explicaciones racionales, porque como decía Pascal: “El corazón tiene razones que la razón nunca entenderá”. En otras palabras, quizás no estemos entendiendo pero sí sintiendo. Intento decirte que el sentir y el intuir son herramientas de orientación existencial valiosísimas. La razón puede ayudar a resolver problemas a corto plazo y hasta varios días vista, pero las emociones te indican la dirección final. ¡Justamente eso significa la palabra sentir! Sentir viene del término latino “sent”, que significa ir delante, tomar una dirección; y de “sentire”, que significa tener buen juicio, tener una opinión asentada. En este punto es crucial explicar que por “escuchar a tu corazón y guiarte por tus emociones” no me refiero a una postura hedonista que te habilite a hacer lo que se te cante cuando quieras. Tampoco me refiero a buscar constantemente pasarla bien con amigos, en fiestas, viendo tele, jugando video juegos, consumiendo sustancias o evadiendo responsabilidades. Bien, estos no son ni por cerca indicadores de lo que te gusta hacer o del propósito de tu vida, sino que son más bien placeres efímeros que ocasionalmente pueden desviarte de tus objetivos. Si bien sirven para relajarnos y distendernos, también pueden eclipsar los mensajes del corazón. De modo que no estoy promocionando un simple mensaje del tipo “hacé lo que sientas”, porque esto es más bien escuchar los impulsos del instante y no tus sentimientos (que son mucho más estables).

Muchos desconocen la diferencia entre placer y disfrute, que considera crucial para aprender a encontrar lo que te apasiona. Ambas son emociones agradables de vivir y muy importantes para una buena calidad de vida. La diferencia radica en que el placer es totalmente pasivo. Mientras que el disfrute es activo, requiere una acción. El disfrute te indica cuando una actividad te resulta muy agradable y representa un desafío a tus capacidades. De modo que lo que estoy proponiendo es que encuentres disfrute –que requiere hacer algo– y no mero placer –que no requiere actividad alguna. Me refiero a que podés encontrar eso que amás en la vida gracias a la información que te brindaron las emociones, y ese descubrimiento vocacional se da cuando hacés algo, cuando estás en movimiento.

Insisto: las emociones son auténtica información existencial de lo que te gusta hacer, pero eso sólo lo descubrirás haciendo y no tirado en el sofá viendo tele o tomando una cerveza. Pero esta propuesta que hago de encontrar lo que disfrutás –de hacer lo que amás– es un proceso, no algo que acontece de un día para el otro. Los comienzos pocas veces son fáciles, y suelen estar cargados de frustraciones. Hay quienes no toleran no saber qué pasará; desesperan, y al no encontrar, o mejor dicho, al no confiar en una respuesta que provenga del interior, miran hacia fuera buscando algo que los oriente. Es sabido que cuando las personas están en, al no poder resolver la situación por sus propios medios se fijan en sus pares problemas para ver cuál podría ser la solución, o bien buscan algún referente o autoridad en el tema que les dé una respuesta providencial. Así se cambiarán en sujetos muy influenciables a lo que la mayoría hace. Hete aquí que cuando nos entra la duda o la incertidumbre tendemos a masificarnos y hacer lo que todos hacen, dispuestos a dejar entrar los “deberías” en nuestras creencias. Porque “es lo normal”, decimos, pero de esta forma desoímos nuestro corazón.

Existe todo un bombardeo mediático, sistemático y constante, con el propósito de inocularnos necesidades e imponernos senderos que no nos son propios. La fórmula es simple: generar personas sin tolerancia a la frustración, sin tolerancia a la incertidumbre, para que desesperen fácilmente y dejen de buscar dentro de ellos lo que necesitan y lo que los hace felices. Entonces, cuando miren fuera para encontrar una respuesta, habrá carteles grandes y luminosos que los inviten a entrar a los comercios para comprar eso que “necesitan” para su felicidad. Casi todo el comercio está basado en la manipulación de conductas y la movilización de emociones en los consumidores, por esta razón las emociones-del-momento suelen ser una guía errónea. Sin embargo, insisto,

Por otro lado es necesario zambullirse: conocer y vivenciar en profundidad aquello que elijas. Si luego de un tiempo no sentís necesidad de volver y aprender más, podés buscar en otro lado. Se trata de buscar y buscar,haciendo y haciendo. Sin embargo, como dije, existen casos excepcionales en los que algunos sujetos se sintieron profundamente motivados por una actividad y desde un primer momento se fascinaron para el resto del viaje.

Cuando un adolescente que “no sabe lo que quiere” elige algo que difiere del mandato familiar, suele ser una apuesta difícil. El caso es que para mí era una elección definitivamente desafiante que no tenía muchos refuerzos positivos de mi entorno más cercano. Así es que tenía dos caminos: seguir lo que me indicaba mi cerebro o parte racional.Hoy te digo que afortunadamente decidí escuchar a mi corazón, pero no sin antes sufrir un buen tiempo la incertidumbre de estar o no en el camino correcto.

Las emociones, cuando son intensas y recurrentes, constituyen mensajes existenciales, te muestran el propósito de tu vida. Así que aquella elección no fue por conveniencia ni mucho menos lógica. Pero con el tiempo las cosas fueron decantando y ahora que lo repienso, finalmente sí terminó siendo conveniente y bastante lógicamente, aunque en aquellos días no tenía forma de averiguarlo más que recorriendo ese camino.

Cómo encontrar lo que me apasiona en la vida

De adultos pasaron gran parte de nuestro tiempo en el trabajo. Para algunos esto es una especie de cárcel o tortura, para otros simplemente es un lapso de tiempo que se pasa muy rápido y hasta buscan extenderlo lo más posible. La diferencia está en que si elegimos en delicada sintonía con nuestras emociones y nos atreveremos a correr ciertos riesgos, encontraremos el trabajo que nos llenará de energía toda la vida. Como dicen por ahí: “Si eliges un trabajo que amas, no tendrás que trabajar ni un solo día”.

Muchas veces el miedo a fracasar nos impide seguir ese impulso del alma. Nos ponemos impacientes y creemos que esa guía interna no hará más que extraviarnos, entonces desesperadamente volvemos atrás a un punto de seguridad. Pero ya sabemos muy bien que para crecer y encontrar eso que amamos hacer, hemos de correr ciertos riesgos y por momentos salir de la zona de confort.

El miedo al fracaso nos está alertando de un posible peligro, y puede deberse a expectativas demasiado altas, falta de preparación, baja autoestima, etc. Pero por lo pronto es importante conectarse con lo que uno quiere hacer más que con los “peros”.

Estoy convencido de que el objetivo de la educación mundial del siglo XXI debería ser entrenar a niños, adolescentes y adultos para que aprendan a escuchar las señales del corazón y confiar en ellas, pues así encontrarán su propósito en la vida. En el mundo no necesitamos tener más posesiones, sino más gente que ame lo que hace. Así tendríamos una sociedad más satisfecha y feliz, y consecuentemente en paz. Es esta una de las principales metas de la Educación Emocional: el auto-conocimiento. Entrenar a las personas para prestar atención a la vida emocional va a contribuir a conectarnos con quienes somos, y desde ahí, desde la propia aceptación y el autorrespeto, podremos aceptar la diversidad y evitar la competitividad, tanto como la discriminación y la segregación, que tanto daño ocasionan.

Motivación vs. Voluntad

En cuanto a la energía que necesitamos para alcanzar una meta, me parece importante aclarar dos conceptos que están muy relacionados, pero sin embargo tienen una diferencia crucial. Motivación viene de la palabra movimiento, y hace referencia a una fuerza intrínseca que naturalmente nos mueve hacia algo, por eso decimos que estamos motivados cuando nos sentimos atraídos por alguna cosa, persona o actividad; en cambio, en la voluntad, en lugar de sentirnos atraídos hemos de empujar. La voluntad es definida por la RAE como “facultad de decidir, acto con que la potencia volitiva admite o rehúye una cosa, queriéndola o aborreciéndola”. En ambos conceptos existe la idea de un movimiento tendiente hacia algo, sólo que en la voluntad no necesariamente ese algo es vivido como agradable, puesto que la actividad puede ser realizada a pesar de que se la aborrezca o resulte repugnante.

Ambas – motivación y voluntad– son necesarias para alcanzar los objetivos, ya que no todo en la vida es agradable y eventualmente hace falta fuerza de voluntad para hacer cosas que no nos motivan (como también la voluntad nos sirve para dejar de hacer cosas que nos hacen daño).

El caso es que hay quienes eligen sus carreras sin tener en cuenta lo que disfrutan hacer, entonces deben desarrollar una gran fuerza de voluntad para terminarlas. Quizá luego de tener el título universitario nunca se dediquen a su profesión porque basaron sus objetivos en la voluntad y no en la motivación. Probablemente alcanzar esos objetivos a pura fuerza de voluntad sea muy loable, pero me parece que eso no es vivir a pleno. En cambio, quienes hacen lo que les gusta se sienten atraídos o motivados la mayor parte del tiempo, teniendo que recurrir a la fuerza de voluntad sólo para recorrer algunos tramos que no disfrutan.

Clasificación de las emociones

En este punto me parece muy esclarecedor hablar de las diferentes intensidades que tiene las emociones. Fijate qué interesante cómo se nos manifiestan. Habitualmente primero son una señal y luego pueden convertirse en energía. Imaginate esta situación: resulta que al llegar a tu lugar de trabajo, un compañero mala onda antes de saludarte te dice en tono despectivo: “¿Así venís vestido/a a trabajar?”, o “¿Te fijaste que estás más gordo/a?”. Otro día te objeta el peinado, después te critica esto o lo otro y así sucesivamente día tras día durante dos meses seguidos. Después de este tiempo, quizá ya estés bastante harto de esa persona, hasta posiblemente llegues a odiarla y el mínimo comentario que te haga seguro te molestará sobremanera y quizá explotes en un arranque de ira y la mandes al carajo. Entonces todos a tu alrededor te mirarán extrañados y te preguntarán “¿Qué te pasó? ¿Te volviste loco? Lo que te dijo no es para tanto”. Sí, pero lo que nadie vio es que este sujeto te estaba pinchando día tras día con esos comentarios urticantes. La explicación que solemos dar a estos casos es: “Fue la gotita que rebasó el vaso”, ¿no es verdad? Bien, la gotita es la emoción primaria, sólo una señal, una pequeña molestia o enojo leve que me indica que el sujeto se extralimitó; mientras que el vaso rebasado es la emoción secundaria, pura energía, cuando ya odiás a esa persona. Aquí vemos cómo una emoción primaria o simple señal existencial, al ser desoída, se transforma en una emoción secundaria, o pura energía.

Además del odio, claros ejemplos de emociones secundarias son la fobia, la depresión y el amor bien constituido. La fobia puede comenzar con un simple temor o miedo, y hasta puede gestarse a partir de una preocupación. Pero luego de un tiempo en que la persona evita el temor en lugar de afrontarlo y se imagina catástrofes de todo tipo, el miedo crece hasta convertirse en una fobia. También de la vergüenza puede surgir su emoción secundaria: la fobia social. Claro que existen excepciones y eventualmente puede que una emoción secundaria (es decir muy intensa) aparezca de forma abrupta, casi de sopetón, sin el preludio de una emoción primaria.

El amor también es una emoción secundaria. ¿Cómo comienza el amor? Poco a poco, a medida que conocés a la persona. Decía Francisco Pascasio Moreno: “No se ama lo que no se conoce, no se protege lo que no se ama”. Para amar es necesario conocer a la persona y para ello necesitás tiempo. A esta fórmula, en el amor de pareja se le debe sumar el atractivo físico. Cuando existe atractivo físico a tus ojos y además conocés a lo largo del tiempo a la otra persona y te agrada cómo es y cómo piensa, seguramente sentirás amor. Eso de amor a primera vista no existe. Los psicólogos sabemos que se trata de otra cosa: ¡se llama calentura! Risas aparte, se trata de una idealización positiva o de una fuerte atracción física por el sex-appeal que podés ver en el otro, pero amor verdadero sólo sentís cuando conocés realmente a alguien. Puede pasar que dos personas sientan algo muy fuerte desde el momento en que se conocieron, pero claro está que en un principio no fue amor auténtico, sino más bien una cuestión química (o bien una atracción por la idealización de la inteligencia, la experiencia, la bondad o el carisma del otro) que sirvió de “empujón” inicial hacia la construcción de un vínculo en el cual, con el tiempo, surgirá –o no– el verdadero amor.

La depresión también es una emoción secundaria que surge de emociones primarias tan pequeñas y banales como sentirse aburrido, desolado, desmotivado, indiferente, sin proyectos a futuro, levemente triste o desesperanzado. Si desestimamos esas señales y no hacemos ningún cambio en la vida, luego de un tiempo seguramente haremos una depresión.

El problema es que frecuentemente los seres humanos hacemos algo que no es muy inteligente.  Un psicólogo experto en la vida emocional, sostiene que hacemos eso mismo con las emociones displacenteras: las tapamos creyendo que son el problema, cuando en realidad son sólo una señal que nos indica el problema. Las emociones en sí mismas nunca son el problema. Son sólo información que al ser desoída puede transformarse en energía. Y como una deuda en el banco, si no me ocupo de ellas, crecen y crecen, y luego pueden convertirse en emociones secundarias.

Sumado a esto está el problema de que no podemos sentir (o dejar de sentir) “selectivamente” las emociones. Es decir, no puedo desconectarme de la tristeza y la angustia para seguir sintiendo el amor y la felicidad. Si me desconecto de una emoción, me desconecto de todas. Al tapar una emoción tapo toda la vida emocional. Si buscamos tapar las emociones displacenteras bloqueamos en la misma medida la posibilidad de sentir las emociones placenteras.

Todas las emociones pueden comportarse de ese modo, pueden pasar de primarias a secundarias, llenándose de energía en el camino. Pero también pueden desvanecerse hasta desaparecer, porque las emociones en sí mismas son temporales.

Efecto de las emociones en nuestro desempeño

Para muchos es evidente la influencia de las emociones en lo que sea que hagamos. Por ejemplo los deportistas de alto rendimiento saben muy bien que cuando están enojados o angustiados su performance decae. Igualmente los estudiantes saben que cuando se ponen muy nerviosos no pueden recordar o reflexionar para dar un buen examen. Pero antes de explayarme quiero hacer un breve experimento para que repasemos circunstancias más cotidianas y comunes a todos, con el objeto de evidenciar el efecto de las emociones en nuestro desempeño.

Imaginate esta situación: ¿pudiste concentrarte en estudiar o comprender un texto en medio de un ataque de ira? Seguramente te fue casi imposible. A la mayoría de las persona, cuando estamos muy enojados o angustiados, se nos hace dificilísimo estudiar o comprender un texto. Seguramente podrás leer, pero después de pasar como un autómata varias páginas, no tenés ni idea de lo que leíste.

Otro experimento fácil de verificar: estabas muerto de hambre, pero justo al sentarte a la mesa, con amigos o en familia, un tema llevó a otro y de pronto comienza una discusión fuerte, brava. Una de esas conversaciones que se ponen feas y los interlocutores terminan diciéndose cosas hirientes de las que después se arrepienten. Pero en ese momento que estabas muerto de hambre y se precipitó esa situación, ¿qué pasó con el apetito que tenías? Una vez más, a la mayoría de las personas se nos quita el apetito cuando nos enojamos o angustiamos. Sé que en este punto existen excepciones: a algunos se les abre aún más el apetito y hacen un “ataque bulímico” a todo lo que encuentran. Pero lo que sí está claro es que el enojo y la angustia afectan marcadamente el apetito, ya sea para aumentarlo o para anularlo; y seguramente lo que comas mientras estés enojado o con angustia te caerá mal.

En personas psicológicamente sanas las emociones de angustia, miedo, enojo, vergüenza, entre otras displacenteras, no son compatibles con la actividad sexual.

En resumidas cuentas, cuando estamos enojados, atemorizados o angustiados verificamos que (en la mayoría de las personas) es casi imposible dormir, estudiar, disfrutar de la actividad sexual, comprender, comer, recordar, etc. En efecto, ninguna conducta está libre de la influencia de las emociones, por lo tanto cuando estamos bajo estados de profundo malestar, ira o estrés nos vemos imposibilitados de tener un buen desempeño en actividades que son de lo más simples y rutinarias, y que normalmente realizamos en forma adecuada cuando estamos calmos. Así, por ejemplo, un tenista puede tener muy practicado su drive, pero si está enojado quizá no logre conectar ni un solo golpe.

Todos tenemos esos días en los que sentimos que todo nos sale mal, días en que nos ponemos torpes e inhábiles. Pero, por otro lado, también tenemos aquellos en que sentimos que todo nos sale bien, que estamos enérgicos, elocuentes, creativos, atentos a todo y no nos tomamos nada a título personal; días en los que fundamentalmente nos sentimos seguros y podemos poner la mejor cara al peor tiempo.

El interruptor emocional: Modo defensa o Modo creativo

Nuestro desempeño (alto o bajo) depende de esa misma sustancia de la emoción que segregó la amígdala. Por ejemplo, la sustancia química en sangre del enojo pone al cuerpo en modo defensa. Es decir, la emoción enojo pone al cuerpo en un estado de preparación para defenderse.

En resumidas cuentas, la emoción enojo prepara tu cuerpo para defenderse o huir, pero sólo para ello, y a la vez te “discapacita” para otras actividades como estudiar, comprender, tener actividad sexual, disfrutar, estar creativo, recordar, etc.

En contraste, estas conductas adaptativas (dormir, estudiar, comer, comprender, recordar, estar creativo, atento, dispuesto para lo sexual) serán biológicamente posibles cuando exista una equilibrada activación de la otra mitad del sistema nervioso central: el sistema parasimpático. El funcionamiento del parasimpático está dirigido a conservar y restablecer la energía. Regula y activa los sistemas digestivo, inmunológico y sexual, además del sueño, la creatividad, la memoria y la inteligencia. El parasimpático te habilita para que duermas y descanses, estés creativo, te relajes, asimiles los nutrientes de las comidas, se regeneren células, rías, disfrutes, se active el sistema inmunológico, estés atento, etc. De modo que cada emoción, al activar y desactivar sistemas biológicos, te pone bajo un dominio de acción: modo creativo o modo defensa.

Los componentes simpático y parasimpático cooperan (funcionan en equipo) para mantener la estabilidad del cuerpo. Ambos sistemas actúan como antagonistas fisiológicos en el control de los órganos del cuerpo. Así, por ejemplo, la actividad simpática aumenta la frecuencia cardíaca, mientras que la actividad parasimpática la reduce. Es decir que en las inervaciones en que uno está activo en un momento dado, el otro no. Podríamos decir que si bien trabajan paralelamente, nunca lo hacen simultáneamente en el mismo lugar.

Creo que no está de más aclarar que ambos modos, defensa y creativo, no son ni correctos ni erróneos en sí mismos, sino que esto depende de las circunstancias en las que te encuentres. Ante una situación de emergencia, el modo defensa es definitivamente adaptativo, mientras que para la vida y los desafíos cotidianos del siglo XXI, el modo creativo es mejor.

Modo defensa

Entonces, ¿qué pasa cuando estoy en modo defensa? Mi sistema parasimpático está inactivo –o eclipsado por el simpático–, por lo tanto no van a funcionar adecuadamente ninguno de los sistemas que el parasimpático regula (el inmunológico, el sueño, la digestión, la actividad sexual, la creatividad, la memoria, la inteligencia, etc.). No voy a poder dormir ni descansar, tampoco hacer la digestión ni absorber los nutrientes de los alimentos, no me sentiré dispuesto para la actividad sexual y mi sistema inmune no estará funcionando. Entonces, ¿qué pasa si no puedo elaborar una estrategia que me saque de esa situación que percibo como amenazante? Voy a continuar en modo defensa con un predominio del funcionamiento simpático por sobre el parasimpático. Es decir, con el sistema inmune deprimido, mi corazón va a seguir acelerado y cada una de las células de mi cuerpo va a percibir esa “disarmonía”. A las claras está que si sigo así por mucho tiempo, ¡voy a enfermar! El estrés propio del modo defensa puede contribuir, directa o indirectamente, a la aparición de trastornos generales o específicos del cuerpo y de la mente, como también a dificultar gravemente el proceso de sanación.

A mediano plazo, este estado de alerta sostenido desgasta las reservas del organismo y puede producir diversas patologías. En este sentido, los episodios cortos o infrecuentes de estrés representan un riesgo bajo, pero un enojo demasiado intenso puede producir un paro cardíaco. Cuando las situaciones estresantes se suceden sin resolución, el cuerpo permanece en un estado constante de alerta, lo cual aumenta la tasa de desgaste fisiológico que conlleva a la fatiga o el daño físico, y la capacidad del cuerpo para recuperarse y defenderse se puede ver seriamente comprometida. Como resultado, aumenta el riesgo de lesión o enfermedad. Esta es la razón por la que las personas se enferman con mayor frecuencia cuando están muy estresadas: sus sistemas inmunológicos no están funcionando porque están en modo defensa. En este sentido es numerosa y contundente la evidencia científica que demuestra el efecto de los estados emocionales sobre la salud.

El cuerpo, a nivel biológico, se comporta según un mecanismo de “economía” que hace que los recursos que le son propios a cierta función sean sustraídos y puestos al servicio de la satisfacción de una necesidad que eventualmente es percibida como de mayor jerarquía. Entonces, cuando nuestro cuerpo percibe una amenaza, despoja a los demás sistemas de sus recursos para invertirlos en la defensa. Así, por ejemplo, para digerir los alimentos, tu cuerpo dirige cierta cantidad de sangre al sistema digestivo, pero si por algún motivo te asustaras o enojaras, este mecanismo haría que esa sangre fuera redistribuida a los músculos de las extremidades (musculatura estriada) para tener más fuerza en caso de ser necesario huir o defenderte. Si estuvieses comiendo una manzana bajo un árbol y un leopardo te acechara para desayunarte no podrías decirle: “Esperate un momento, ahora estoy haciendo la digestión, después me correteás para comerme”. Tu cuerpo inmediatamente va a priorizar salvarte de la amenaza poniéndote en modo defensa y haciendo todos los cambios orgánico-biológicos en forma instantánea.

Esta es la razón por la que si te mantenés en modo defensa no vas a tener una buena performance en el deporte, la actividad sexual, el estudio, las relaciones sociales, la salud, etc; pues todos tus recursos estarán al servicio de la defensa y no donde quisieras.

Pero el problema es que la mayoría de los peligros de la vida actual no son reales sino simbólicos. El caso es que la mayoría de los problemas que percibimos no son peligros que atenten contra nuestra vida en forma directa. Es decir, no son reales ni actuales, sino una creación mental –a veces fundada pero más a menudo infundada– mediante la cual nos anticipamos al problema en sí y nos ponemos innecesariamente en modo defensa.

El modo defensa sería operativo y necesario en caso de un peligro que amenazara tu integridad física, como por ejemplo que un animal te persiguiera para comerte. En ese caso sí que necesitarías que tu corazón latiera a full y todos tus músculos y reflejos dispusieran de la mayor cantidad de recursos para correr por tu vida. Pero como dije, en la cotidianidad del siglo XXI son muy pocas las circunstancias que requieren del modo defensa. Muy por el contrario, si por ejemplo creés que tu jefe no está conforme con tu trabajo, más que palpitaciones, sudoración y reflejos, necesitarías descansar bien para estar tan relajado, creativo y atento a tus deberes como fuera posible. En otras palabras, cuando el peligro es económico, psicológico o laboral no es necesario el modo defensa; sí cuando corre peligro tu integridad física.

Obviamente, esta es una falla de nuestro cuerpo: la amígdala no discrimina el tipo de peligro (en el sentido de si es real o fantaseado, presente o futuro), de modo que segrega igualmente las sustancias del miedo –u otra emoción displacentera– que activan el modo defensa. Este funcionamiento puede interpretarse como un remanente de la evolución filogenética (evolución de la especie a lo largo de millones de años). Se trató sin dudas de una respuesta adaptativa cuando fuimos alguna especie de primate; pero hoy, en plena civilización y con la mayoría de los depredadores encerrados en el zoológico o en extinción desgraciadamente, ya no lo es.

La buena noticia es que podemos educar las emociones, ya que por ser éstas la respuesta a un pensamiento, podemos entrenar la amígdala para que no sea sensible ante circunstancias en las que no necesitamos ponernos “a la defensiva”.

¿Qué emociones activan el modo defensa?

El modo defensa es activado por emociones displacenteras: enojo, vergüenza, culpa, miedo, tristeza, disgusto, envidia, ansiedad, angustia, entre otras. Todas las emociones displacenteras, si bien son distintas y brindan información específica, tienen en común la función de dar aviso de que algo anda mal, o bien de la presencia de alguna amenaza, lo que en la mayoría de los casos (sobre todo si no educaste tus emociones) activa automáticamente el modo defensa. En relación a los sistemas que activan las emociones a nivel corporal.

Las emociones determinan biológicamente líneas de acción, funcionamiento corporal y conductas personales. Entonces cuando te enojás iniciás un recorrido en el cuál sólo son posibles ciertas conductas, mientras que otras no. Como vimos, el enojo activa el modo defensa, el cual a nivel biológico activa el sistema simpático por sobre el parasimpático, desactivando todos los sistemas que éste regula: sistema inmunológico, digestivo, sexual, del sueño y la creatividad, etc. Entonces, bajo la “disposición corporal” del enojo estoy en un “dominio de acción” (modo defensa) que me impide, por ejemplo, dormir, reír, reflexionar con claridad o estar creativo.

Sin embargo, insisto, para algunas actividades puede ser bueno estar en modo defensa. Por ejemplo, en ciertos deportes de alto impacto como el boxeo o el rugby, que requieren de tu fuerza física y del óptimo funcionamiento de tus reflejos, es bueno estar en modo defensa. También puede resultar una respuesta adaptativa en casos extremos en los que requieras una dosis adicional de fuerza, como sería el rescate de una persona o defenderte o huir de un ladrón. En estos casos seguramente será útil que tu corazón se mantenga al galope utilizando tu máxima capacidad pulmonar con los bronquios dilatados.

Modo creativo

La amígdala también segrega emociones que activan el modo creativo. Éste es un dominio de acción que te permite disponer de todos tus recursos para invertirlos en aquello que ocupe el foco de tu atención, es decir, en las actividades voluntarias. En este modo estarás habilitado para tener una alta performance en lo que sea que te desempeñes.

A nivel biológico el modo creativo es un equilibrio entre el sistema parasimpático y el simpático. Es decir, existe cierta activación del parasimpático pero no es excesiva, sin llegar a un estado de relax total. El modo creativo es un estado de activación placentero, lo que en psicología llamamos eustrés. El eustrés es un tipo de estrés positivo y placentero, un estado de justa activación –ni muy alta (estresante) ni muy baja (aburrido)– de las funciones corporales y cerebrales superiores. Es decir, se trata de una calibrada activación de todo el cuerpo, un equilibrado funcionamiento de los sistemas simpático y parasimpático. De modo que al estar activos el sistema simpático y el parasimpático se da un buen funcionamiento del digestivo, el sexual, el inmune, la creatividad, la memoria, etc. Mientras el sistema parasimpático esté en funcionamiento te mantendrás sano y con una buena performance. Bajo el dominio de acción del modo creativo verás que podés dormir, comer, tener y disfrutar del sexo, estudiar, estar creativo y ágil, además de que tu sistema inmune funcionará a todo vapor, manteniéndote fuerte ante enfermedades.

¿Qué emociones activan el modo creativo?

El modo creativo es activado por aquellas emociones que vivenciamos como placenteras: alegría, amor, felicidad, tranquilidad, dicha, seguridad, entusiasmo, etc. Estas emociones, si bien son distintas entre sí y te brindan información específica, tienen en común la función de informar que no hay peligro alguno. En definitiva, cada vez que sentís seguridad y confianza estás en modo creativo. Entonces tu organismo celebra: “¡Si no es momento de defensa, a disfrutar, a recargar energías y hacer lo que me place!”. De

modo que todas aquellas circunstancias que te resulten amistosas, familiares, conocidas o que te inspiren confianza, serán inductoras del modo creativo. Donde sea que te desempeñes, cuando te sentís bien vas a sentir que todo te sale bien. Este fenómeno fue descripto por la psicología como fluir: una experiencia en la que te conectás tanto con lo que hacés que perdés noción del paso del tiempo y de la autoconciencia. Es un estado tal de focalización y sincronización de todas tus funciones que llegás a olvidarte de vos mismo y te sentís profundamente energizado.

Desempeñarnos en actividades que disfrutamos nos energiza incluso cuando estamos agotados físicamente. Es realmente maravilloso el mundo de las emociones, porque ellas no sólo te informan de aquello que te gusta hacer sino que también te brindan la energía necesaria para la acción y te permiten disponer del máximo potencial biológico para alcanzar tus objetivos.

El modo creativo, como su nombre lo indica, te permite mayor creatividad para resolver dificultades de la vida cotidiana. Mientras te sentís bien tenés mucho mejor desempeño físico o deportivo, cognitivo o intelectual, musical, etc. Por ejemplo, los músicos más experimentados, cuando están embargados por estados de ira o angustia, no pueden afinar sus instrumentos con precisión. Las personas que miden más alto en una escala estándar de felicidad resuelven un veinticinco por ciento mejor los desafíos creativos que aquellos que se sienten molestos o enojados. Estados de ánimo placenteros te permiten relajarte más, lo cual te hace focalizar menos en los problemas del mundo y asociar mejor conceptos remotos. Un  biólogo especialista en creatividad, sostiene que la felicidad incrementa las posibilidades de tener insights o experiencias de creatividad, mientras que la ansiedad –modo defensa– las reduce.

La otra cara de esta moneda dice que realiza actividades que no son de tu agrado te dejará exhausto al poco tiempo. ¿Por qué? Porque al hacer algo que te desagrada te pondrás en modo defensa, estarás regañando y enojado por una tarea que te es repulsiva, lo que te insume mucha energía en temblores, palpitaciones, respiración agitada, tensión muscular, etc.; sin considerar que probablemente tendrá que hacer cada cosa un par de veces, puesto que con seguridad su desempeño se verá empobrecido al punto de cometer muchos errores y olvidos.

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EMOCIONES

Las emociones son la brújula existencial que indica el camino único de cada cual, pues constituyen señales auténticas de quiénes somos y quiénes queremos ser. Son la raíz de toda vocación, la sustancia de cada pasión y el combustible que nos mantiene en acción para alcanzar el triunfo personal. Sin embargo, también suelen ser el motor de grandes infortunios y hechos dolorosos en la vida. Ellas están ahí, para bien o para mal, inherentes a la humanidad y tan naturales y cotidianas. Pero hoy las emociones nos enaltecen agraciándonos con lo que jamás ninguna supercomputadora tendrá: el privilegio de sentir. Juntos, lo racional y lo emocional, son la clave de nuestras decisiones exitosas.

emociones como señales

Todas las emociones son un instrumento valioso puesto que nos brindaron información existencial. Yo sostengo que son el sexto sentido que nos permite percibir lo importante en nuestra vida. Fijate, voy a evidenciar esto con una pregunta. Pensá en tu trabajo, tu hobbie o tu actividad favorita y respondeme: ¿cuál de los 5 sentidos te dice que tu trabajo es lo que te gusta? ¿Es porque te gusta su aroma que lo elegiste? ¿Tiene rico sabor? ¿Acaso una textura suave? ¿Lindo color? ¡No! Estoy seguro que no elegiste tu trabajo o hobbie por su textura o por como huele, sabe, suena o luce. Es una sensación de disfrute especial que experimentamos cuando hacemos algo lo que nos indica que esa actividad nos gusta, y no lo sentidos. Todos recordamos ese pasaje donde el zorro le decía al Principito: “No se ve bien si no es con el corazón, porque lo esencial es invisible a los ojos”. Las cosas importantes o esenciales las “vemos” con las emociones, nuestro “sexto sentido”. No es lo que papá, mamá o la sociedad espera para vos lo que tiene de elegir, sino lo que dicta tu corazón. En algunos casos esas señales del corazón son muy claras e intensas y casi no hay lugar a dudas con respecto a cuál es el propósito en la vida de esa persona. Sin embargo, en mi experiencia y en la de mis consultores, casi siempre existe un gran porcentaje de incertidumbre en todo lo que hacemos, sobre todo cuando nos estamos iniciando en algo. No siempre estamos tan seguros de que las señales de las emociones sean las correctas. Es que pocas veces, o más bien nunca, tenemos garantías de cómo resultará todo. Y ante esta inseguridad suelen cobrar fuerzas las opiniones de terceros donde los “deberías” provenientes de padres, instituciones e suelen ser mandatos muy fuertes que en muchos casos nos desorientan aún más. Estas señales existenciales son simplemente emociones que van indicándote cómo te sentiste respecto de algo. Puede que al imaginarte haciendo algo sientas una sensación de bienestar, o bien puede que lo sientes una vez que estés haciendo efectivamente esa actividad. Estas señales constituyen justamente tu vocación. La palabra vocación proviene del latín “vocare”, que significa llamar, convocar. La vocación es un llamado interior a hacer algo que seguramente será tan único e irrepetible como vos mismo. No siempre entendemos estas señales en el momento, sino que las terminamos de comprender luego de un tiempo. Se trata de tener perspectiva y mirar más allá de nuestro horizonte. Creo que las emociones están ahí para decirnos hacia dónde mirar, a pesar de que carezcamos de explicaciones racionales, porque como decía Pascal: “El corazón tiene razones que la razón nunca entenderá”. En otras palabras, quizás no estemos entendiendo pero sí sintiendo. Intento decirte que el sentir y el intuir son herramientas de orientación existencial valiosísimas. La razón puede ayudar a resolver problemas a corto plazo y hasta varios días vista, pero las emociones te indican la dirección final. ¡Justamente eso significa la palabra sentir! Sentir viene del término latino “sent”, que significa ir delante, tomar una dirección; y de “sentire”, que significa tener buen juicio, tener una opinión asentada. En este punto es crucial explicar que por “escuchar a tu corazón y guiarte por tus emociones” no me refiero a una postura hedonista que te habilite a hacer lo que se te cante cuando quieras. Tampoco me refiero a buscar constantemente pasarla bien con amigos, en fiestas, viendo tele, jugando video juegos, consumiendo sustancias o evadiendo responsabilidades. Bien, estos no son ni por cerca indicadores de lo que te gusta hacer o del propósito de tu vida, sino que son más bien placeres efímeros que ocasionalmente pueden desviarte de tus objetivos. Si bien sirven para relajarnos y distendernos, también pueden eclipsar los mensajes del corazón. De modo que no estoy promocionando un simple mensaje del tipo “hacé lo que sientas”, porque esto es más bien escuchar los impulsos del instante y no tus sentimientos (que son mucho más estables).

Muchos desconocen la diferencia entre placer y disfrute, que considera crucial para aprender a encontrar lo que te apasiona. Ambas son emociones agradables de vivir y muy importantes para una buena calidad de vida. La diferencia radica en que el placer es totalmente pasivo. Mientras que el disfrute es activo, requiere una acción. El disfrute te indica cuando una actividad te resulta muy agradable y representa un desafío a tus capacidades. De modo que lo que estoy proponiendo es que encuentres disfrute –que requiere hacer algo– y no mero placer –que no requiere actividad alguna. Me refiero a que podés encontrar eso que amás en la vida gracias a la información que te brindaron las emociones, y ese descubrimiento vocacional se da cuando hacés algo, cuando estás en movimiento.

Insisto: las emociones son auténtica información existencial de lo que te gusta hacer, pero eso sólo lo descubrirás haciendo y no tirado en el sofá viendo tele o tomando una cerveza. Pero esta propuesta que hago de encontrar lo que disfrutás –de hacer lo que amás– es un proceso, no algo que acontece de un día para el otro. Los comienzos pocas veces son fáciles, y suelen estar cargados de frustraciones. Hay quienes no toleran no saber qué pasará; desesperan, y al no encontrar, o mejor dicho, al no confiar en una respuesta que provenga del interior, miran hacia fuera buscando algo que los oriente. Es sabido que cuando las personas están en, al no poder resolver la situación por sus propios medios se fijan en sus pares problemas para ver cuál podría ser la solución, o bien buscan algún referente o autoridad en el tema que les dé una respuesta providencial. Así se cambiarán en sujetos muy influenciables a lo que la mayoría hace. Hete aquí que cuando nos entra la duda o la incertidumbre tendemos a masificarnos y hacer lo que todos hacen, dispuestos a dejar entrar los “deberías” en nuestras creencias. Porque “es lo normal”, decimos, pero de esta forma desoímos nuestro corazón.

Existe todo un bombardeo mediático, sistemático y constante, con el propósito de inocularnos necesidades e imponernos senderos que no nos son propios. La fórmula es simple: generar personas sin tolerancia a la frustración, sin tolerancia a la incertidumbre, para que desesperen fácilmente y dejen de buscar dentro de ellos lo que necesitan y lo que los hace felices. Entonces, cuando miren fuera para encontrar una respuesta, habrá carteles grandes y luminosos que los inviten a entrar a los comercios para comprar eso que “necesitan” para su felicidad. Casi todo el comercio está basado en la manipulación de conductas y la movilización de emociones en los consumidores, por esta razón las emociones-del-momento suelen ser una guía errónea. Sin embargo, insisto,

Por otro lado es necesario zambullirse: conocer y vivenciar en profundidad aquello que elijas. Si luego de un tiempo no sentís necesidad de volver y aprender más, podés buscar en otro lado. Se trata de buscar y buscar,haciendo y haciendo. Sin embargo, como dije, existen casos excepcionales en los que algunos sujetos se sintieron profundamente motivados por una actividad y desde un primer momento se fascinaron para el resto del viaje.

Cuando un adolescente que “no sabe lo que quiere” elige algo que difiere del mandato familiar, suele ser una apuesta difícil. El caso es que para mí era una elección definitivamente desafiante que no tenía muchos refuerzos positivos de mi entorno más cercano. Así es que tenía dos caminos: seguir lo que me indicaba mi cerebro o parte racional.Hoy te digo que afortunadamente decidí escuchar a mi corazón, pero no sin antes sufrir un buen tiempo la incertidumbre de estar o no en el camino correcto.

Las emociones, cuando son intensas y recurrentes, constituyen mensajes existenciales, te muestran el propósito de tu vida. Así que aquella elección no fue por conveniencia ni mucho menos lógica. Pero con el tiempo las cosas fueron decantando y ahora que lo repienso, finalmente sí terminó siendo conveniente y bastante lógicamente, aunque en aquellos días no tenía forma de averiguarlo más que recorriendo ese camino.

Cómo encontrar lo que me apasiona en la vida

De adultos pasaron gran parte de nuestro tiempo en el trabajo. Para algunos esto es una especie de cárcel o tortura, para otros simplemente es un lapso de tiempo que se pasa muy rápido y hasta buscan extenderlo lo más posible. La diferencia está en que si elegimos en delicada sintonía con nuestras emociones y nos atreveremos a correr ciertos riesgos, encontraremos el trabajo que nos llenará de energía toda la vida. Como dicen por ahí: “Si eliges un trabajo que amas, no tendrás que trabajar ni un solo día”.

Muchas veces el miedo a fracasar nos impide seguir ese impulso del alma. Nos ponemos impacientes y creemos que esa guía interna no hará más que extraviarnos, entonces desesperadamente volvemos atrás a un punto de seguridad. Pero ya sabemos muy bien que para crecer y encontrar eso que amamos hacer, hemos de correr ciertos riesgos y por momentos salir de la zona de confort.

El miedo al fracaso nos está alertando de un posible peligro, y puede deberse a expectativas demasiado altas, falta de preparación, baja autoestima, etc. Pero por lo pronto es importante conectarse con lo que uno quiere hacer más que con los “peros”.

Estoy convencido de que el objetivo de la educación mundial del siglo XXI debería ser entrenar a niños, adolescentes y adultos para que aprendan a escuchar las señales del corazón y confiar en ellas, pues así encontrarán su propósito en la vida. En el mundo no necesitamos tener más posesiones, sino más gente que ame lo que hace. Así tendríamos una sociedad más satisfecha y feliz, y consecuentemente en paz. Es esta una de las principales metas de la Educación Emocional: el auto-conocimiento. Entrenar a las personas para prestar atención a la vida emocional va a contribuir a conectarnos con quienes somos, y desde ahí, desde la propia aceptación y el autorrespeto, podremos aceptar la diversidad y evitar la competitividad, tanto como la discriminación y la segregación, que tanto daño ocasionan.

Motivación vs. Voluntad

En cuanto a la energía que necesitamos para alcanzar una meta, me parece importante aclarar dos conceptos que están muy relacionados, pero sin embargo tienen una diferencia crucial. Motivación viene de la palabra movimiento, y hace referencia a una fuerza intrínseca que naturalmente nos mueve hacia algo, por eso decimos que estamos motivados cuando nos sentimos atraídos por alguna cosa, persona o actividad; en cambio, en la voluntad, en lugar de sentirnos atraídos hemos de empujar. La voluntad es definida por la RAE como “facultad de decidir, acto con que la potencia volitiva admite o rehúye una cosa, queriéndola o aborreciéndola”. En ambos conceptos existe la idea de un movimiento tendiente hacia algo, sólo que en la voluntad no necesariamente ese algo es vivido como agradable, puesto que la actividad puede ser realizada a pesar de que se la aborrezca o resulte repugnante.

Ambas – motivación y voluntad– son necesarias para alcanzar los objetivos, ya que no todo en la vida es agradable y eventualmente hace falta fuerza de voluntad para hacer cosas que no nos motivan (como también la voluntad nos sirve para dejar de hacer cosas que nos hacen daño).

El caso es que hay quienes eligen sus carreras sin tener en cuenta lo que disfrutan hacer, entonces deben desarrollar una gran fuerza de voluntad para terminarlas. Quizá luego de tener el título universitario nunca se dediquen a su profesión porque basaron sus objetivos en la voluntad y no en la motivación. Probablemente alcanzar esos objetivos a pura fuerza de voluntad sea muy loable, pero me parece que eso no es vivir a pleno. En cambio, quienes hacen lo que les gusta se sienten atraídos o motivados la mayor parte del tiempo, teniendo que recurrir a la fuerza de voluntad sólo para recorrer algunos tramos que no disfrutan.

Clasificación de las emociones

En este punto me parece muy esclarecedor hablar de las diferentes intensidades que tiene las emociones. Fijate qué interesante cómo se nos manifiestan. Habitualmente primero son una señal y luego pueden convertirse en energía. Imaginate esta situación: resulta que al llegar a tu lugar de trabajo, un compañero mala onda antes de saludarte te dice en tono despectivo: “¿Así venís vestido/a a trabajar?”, o “¿Te fijaste que estás más gordo/a?”. Otro día te objeta el peinado, después te critica esto o lo otro y así sucesivamente día tras día durante dos meses seguidos. Después de este tiempo, quizá ya estés bastante harto de esa persona, hasta posiblemente llegues a odiarla y el mínimo comentario que te haga seguro te molestará sobremanera y quizá explotes en un arranque de ira y la mandes al carajo. Entonces todos a tu alrededor te mirarán extrañados y te preguntarán “¿Qué te pasó? ¿Te volviste loco? Lo que te dijo no es para tanto”. Sí, pero lo que nadie vio es que este sujeto te estaba pinchando día tras día con esos comentarios urticantes. La explicación que solemos dar a estos casos es: “Fue la gotita que rebasó el vaso”, ¿no es verdad? Bien, la gotita es la emoción primaria, sólo una señal, una pequeña molestia o enojo leve que me indica que el sujeto se extralimitó; mientras que el vaso rebasado es la emoción secundaria, pura energía, cuando ya odiás a esa persona. Aquí vemos cómo una emoción primaria o simple señal existencial, al ser desoída, se transforma en una emoción secundaria, o pura energía.

Además del odio, claros ejemplos de emociones secundarias son la fobia, la depresión y el amor bien constituido. La fobia puede comenzar con un simple temor o miedo, y hasta puede gestarse a partir de una preocupación. Pero luego de un tiempo en que la persona evita el temor en lugar de afrontarlo y se imagina catástrofes de todo tipo, el miedo crece hasta convertirse en una fobia. También de la vergüenza puede surgir su emoción secundaria: la fobia social. Claro que existen excepciones y eventualmente puede que una emoción secundaria (es decir muy intensa) aparezca de forma abrupta, casi de sopetón, sin el preludio de una emoción primaria.

El amor también es una emoción secundaria. ¿Cómo comienza el amor? Poco a poco, a medida que conocés a la persona. Decía Francisco Pascasio Moreno: “No se ama lo que no se conoce, no se protege lo que no se ama”. Para amar es necesario conocer a la persona y para ello necesitás tiempo. A esta fórmula, en el amor de pareja se le debe sumar el atractivo físico. Cuando existe atractivo físico a tus ojos y además conocés a lo largo del tiempo a la otra persona y te agrada cómo es y cómo piensa, seguramente sentirás amor. Eso de amor a primera vista no existe. Los psicólogos sabemos que se trata de otra cosa: ¡se llama calentura! Risas aparte, se trata de una idealización positiva o de una fuerte atracción física por el sex-appeal que podés ver en el otro, pero amor verdadero sólo sentís cuando conocés realmente a alguien. Puede pasar que dos personas sientan algo muy fuerte desde el momento en que se conocieron, pero claro está que en un principio no fue amor auténtico, sino más bien una cuestión química (o bien una atracción por la idealización de la inteligencia, la experiencia, la bondad o el carisma del otro) que sirvió de “empujón” inicial hacia la construcción de un vínculo en el cual, con el tiempo, surgirá –o no– el verdadero amor.

La depresión también es una emoción secundaria que surge de emociones primarias tan pequeñas y banales como sentirse aburrido, desolado, desmotivado, indiferente, sin proyectos a futuro, levemente triste o desesperanzado. Si desestimamos esas señales y no hacemos ningún cambio en la vida, luego de un tiempo seguramente haremos una depresión.

El problema es que frecuentemente los seres humanos hacemos algo que no es muy inteligente.  Un psicólogo experto en la vida emocional, sostiene que hacemos eso mismo con las emociones displacenteras: las tapamos creyendo que son el problema, cuando en realidad son sólo una señal que nos indica el problema. Las emociones en sí mismas nunca son el problema. Son sólo información que al ser desoída puede transformarse en energía. Y como una deuda en el banco, si no me ocupo de ellas, crecen y crecen, y luego pueden convertirse en emociones secundarias.

Sumado a esto está el problema de que no podemos sentir (o dejar de sentir) “selectivamente” las emociones. Es decir, no puedo desconectarme de la tristeza y la angustia para seguir sintiendo el amor y la felicidad. Si me desconecto de una emoción, me desconecto de todas. Al tapar una emoción tapo toda la vida emocional. Si buscamos tapar las emociones displacenteras bloqueamos en la misma medida la posibilidad de sentir las emociones placenteras.

Todas las emociones pueden comportarse de ese modo, pueden pasar de primarias a secundarias, llenándose de energía en el camino. Pero también pueden desvanecerse hasta desaparecer, porque las emociones en sí mismas son temporales.

Efecto de las emociones en nuestro desempeño

Para muchos es evidente la influencia de las emociones en lo que sea que hagamos. Por ejemplo los deportistas de alto rendimiento saben muy bien que cuando están enojados o angustiados su performance decae. Igualmente los estudiantes saben que cuando se ponen muy nerviosos no pueden recordar o reflexionar para dar un buen examen. Pero antes de explayarme quiero hacer un breve experimento para que repasemos circunstancias más cotidianas y comunes a todos, con el objeto de evidenciar el efecto de las emociones en nuestro desempeño.

Imaginate esta situación: ¿pudiste concentrarte en estudiar o comprender un texto en medio de un ataque de ira? Seguramente te fue casi imposible. A la mayoría de las persona, cuando estamos muy enojados o angustiados, se nos hace dificilísimo estudiar o comprender un texto. Seguramente podrás leer, pero después de pasar como un autómata varias páginas, no tenés ni idea de lo que leíste.

Otro experimento fácil de verificar: estabas muerto de hambre, pero justo al sentarte a la mesa, con amigos o en familia, un tema llevó a otro y de pronto comienza una discusión fuerte, brava. Una de esas conversaciones que se ponen feas y los interlocutores terminan diciéndose cosas hirientes de las que después se arrepienten. Pero en ese momento que estabas muerto de hambre y se precipitó esa situación, ¿qué pasó con el apetito que tenías? Una vez más, a la mayoría de las personas se nos quita el apetito cuando nos enojamos o angustiamos. Sé que en este punto existen excepciones: a algunos se les abre aún más el apetito y hacen un “ataque bulímico” a todo lo que encuentran. Pero lo que sí está claro es que el enojo y la angustia afectan marcadamente el apetito, ya sea para aumentarlo o para anularlo; y seguramente lo que comas mientras estés enojado o con angustia te caerá mal.

En personas psicológicamente sanas las emociones de angustia, miedo, enojo, vergüenza, entre otras displacenteras, no son compatibles con la actividad sexual.

En resumidas cuentas, cuando estamos enojados, atemorizados o angustiados verificamos que (en la mayoría de las personas) es casi imposible dormir, estudiar, disfrutar de la actividad sexual, comprender, comer, recordar, etc. En efecto, ninguna conducta está libre de la influencia de las emociones, por lo tanto cuando estamos bajo estados de profundo malestar, ira o estrés nos vemos imposibilitados de tener un buen desempeño en actividades que son de lo más simples y rutinarias, y que normalmente realizamos en forma adecuada cuando estamos calmos. Así, por ejemplo, un tenista puede tener muy practicado su drive, pero si está enojado quizá no logre conectar ni un solo golpe.

Todos tenemos esos días en los que sentimos que todo nos sale mal, días en que nos ponemos torpes e inhábiles. Pero, por otro lado, también tenemos aquellos en que sentimos que todo nos sale bien, que estamos enérgicos, elocuentes, creativos, atentos a todo y no nos tomamos nada a título personal; días en los que fundamentalmente nos sentimos seguros y podemos poner la mejor cara al peor tiempo.

El interruptor emocional: Modo defensa o Modo creativo

Nuestro desempeño (alto o bajo) depende de esa misma sustancia de la emoción que segregó la amígdala. Por ejemplo, la sustancia química en sangre del enojo pone al cuerpo en modo defensa. Es decir, la emoción enojo pone al cuerpo en un estado de preparación para defenderse.

En resumidas cuentas, la emoción enojo prepara tu cuerpo para defenderse o huir, pero sólo para ello, y a la vez te “discapacita” para otras actividades como estudiar, comprender, tener actividad sexual, disfrutar, estar creativo, recordar, etc.

En contraste, estas conductas adaptativas (dormir, estudiar, comer, comprender, recordar, estar creativo, atento, dispuesto para lo sexual) serán biológicamente posibles cuando exista una equilibrada activación de la otra mitad del sistema nervioso central: el sistema parasimpático. El funcionamiento del parasimpático está dirigido a conservar y restablecer la energía. Regula y activa los sistemas digestivo, inmunológico y sexual, además del sueño, la creatividad, la memoria y la inteligencia. El parasimpático te habilita para que duermas y descanses, estés creativo, te relajes, asimiles los nutrientes de las comidas, se regeneren células, rías, disfrutes, se active el sistema inmunológico, estés atento, etc. De modo que cada emoción, al activar y desactivar sistemas biológicos, te pone bajo un dominio de acción: modo creativo o modo defensa.

Los componentes simpático y parasimpático cooperan (funcionan en equipo) para mantener la estabilidad del cuerpo. Ambos sistemas actúan como antagonistas fisiológicos en el control de los órganos del cuerpo. Así, por ejemplo, la actividad simpática aumenta la frecuencia cardíaca, mientras que la actividad parasimpática la reduce. Es decir que en las inervaciones en que uno está activo en un momento dado, el otro no. Podríamos decir que si bien trabajan paralelamente, nunca lo hacen simultáneamente en el mismo lugar.

Creo que no está de más aclarar que ambos modos, defensa y creativo, no son ni correctos ni erróneos en sí mismos, sino que esto depende de las circunstancias en las que te encuentres. Ante una situación de emergencia, el modo defensa es definitivamente adaptativo, mientras que para la vida y los desafíos cotidianos del siglo XXI, el modo creativo es mejor.

Modo defensa

Entonces, ¿qué pasa cuando estoy en modo defensa? Mi sistema parasimpático está inactivo –o eclipsado por el simpático–, por lo tanto no van a funcionar adecuadamente ninguno de los sistemas que el parasimpático regula (el inmunológico, el sueño, la digestión, la actividad sexual, la creatividad, la memoria, la inteligencia, etc.). No voy a poder dormir ni descansar, tampoco hacer la digestión ni absorber los nutrientes de los alimentos, no me sentiré dispuesto para la actividad sexual y mi sistema inmune no estará funcionando. Entonces, ¿qué pasa si no puedo elaborar una estrategia que me saque de esa situación que percibo como amenazante? Voy a continuar en modo defensa con un predominio del funcionamiento simpático por sobre el parasimpático. Es decir, con el sistema inmune deprimido, mi corazón va a seguir acelerado y cada una de las células de mi cuerpo va a percibir esa “disarmonía”. A las claras está que si sigo así por mucho tiempo, ¡voy a enfermar! El estrés propio del modo defensa puede contribuir, directa o indirectamente, a la aparición de trastornos generales o específicos del cuerpo y de la mente, como también a dificultar gravemente el proceso de sanación.

A mediano plazo, este estado de alerta sostenido desgasta las reservas del organismo y puede producir diversas patologías. En este sentido, los episodios cortos o infrecuentes de estrés representan un riesgo bajo, pero un enojo demasiado intenso puede producir un paro cardíaco. Cuando las situaciones estresantes se suceden sin resolución, el cuerpo permanece en un estado constante de alerta, lo cual aumenta la tasa de desgaste fisiológico que conlleva a la fatiga o el daño físico, y la capacidad del cuerpo para recuperarse y defenderse se puede ver seriamente comprometida. Como resultado, aumenta el riesgo de lesión o enfermedad. Esta es la razón por la que las personas se enferman con mayor frecuencia cuando están muy estresadas: sus sistemas inmunológicos no están funcionando porque están en modo defensa. En este sentido es numerosa y contundente la evidencia científica que demuestra el efecto de los estados emocionales sobre la salud.

El cuerpo, a nivel biológico, se comporta según un mecanismo de “economía” que hace que los recursos que le son propios a cierta función sean sustraídos y puestos al servicio de la satisfacción de una necesidad que eventualmente es percibida como de mayor jerarquía. Entonces, cuando nuestro cuerpo percibe una amenaza, despoja a los demás sistemas de sus recursos para invertirlos en la defensa. Así, por ejemplo, para digerir los alimentos, tu cuerpo dirige cierta cantidad de sangre al sistema digestivo, pero si por algún motivo te asustaras o enojaras, este mecanismo haría que esa sangre fuera redistribuida a los músculos de las extremidades (musculatura estriada) para tener más fuerza en caso de ser necesario huir o defenderte. Si estuvieses comiendo una manzana bajo un árbol y un leopardo te acechara para desayunarte no podrías decirle: “Esperate un momento, ahora estoy haciendo la digestión, después me correteás para comerme”. Tu cuerpo inmediatamente va a priorizar salvarte de la amenaza poniéndote en modo defensa y haciendo todos los cambios orgánico-biológicos en forma instantánea.

Esta es la razón por la que si te mantenés en modo defensa no vas a tener una buena performance en el deporte, la actividad sexual, el estudio, las relaciones sociales, la salud, etc; pues todos tus recursos estarán al servicio de la defensa y no donde quisieras.

Pero el problema es que la mayoría de los peligros de la vida actual no son reales sino simbólicos. El caso es que la mayoría de los problemas que percibimos no son peligros que atenten contra nuestra vida en forma directa. Es decir, no son reales ni actuales, sino una creación mental –a veces fundada pero más a menudo infundada– mediante la cual nos anticipamos al problema en sí y nos ponemos innecesariamente en modo defensa.

El modo defensa sería operativo y necesario en caso de un peligro que amenazara tu integridad física, como por ejemplo que un animal te persiguiera para comerte. En ese caso sí que necesitarías que tu corazón latiera a full y todos tus músculos y reflejos dispusieran de la mayor cantidad de recursos para correr por tu vida. Pero como dije, en la cotidianidad del siglo XXI son muy pocas las circunstancias que requieren del modo defensa. Muy por el contrario, si por ejemplo creés que tu jefe no está conforme con tu trabajo, más que palpitaciones, sudoración y reflejos, necesitarías descansar bien para estar tan relajado, creativo y atento a tus deberes como fuera posible. En otras palabras, cuando el peligro es económico, psicológico o laboral no es necesario el modo defensa; sí cuando corre peligro tu integridad física.

Obviamente, esta es una falla de nuestro cuerpo: la amígdala no discrimina el tipo de peligro (en el sentido de si es real o fantaseado, presente o futuro), de modo que segrega igualmente las sustancias del miedo –u otra emoción displacentera– que activan el modo defensa. Este funcionamiento puede interpretarse como un remanente de la evolución filogenética (evolución de la especie a lo largo de millones de años). Se trató sin dudas de una respuesta adaptativa cuando fuimos alguna especie de primate; pero hoy, en plena civilización y con la mayoría de los depredadores encerrados en el zoológico o en extinción desgraciadamente, ya no lo es.

La buena noticia es que podemos educar las emociones, ya que por ser éstas la respuesta a un pensamiento, podemos entrenar la amígdala para que no sea sensible ante circunstancias en las que no necesitamos ponernos “a la defensiva”.

¿Qué emociones activan el modo defensa?

El modo defensa es activado por emociones displacenteras: enojo, vergüenza, culpa, miedo, tristeza, disgusto, envidia, ansiedad, angustia, entre otras. Todas las emociones displacenteras, si bien son distintas y brindan información específica, tienen en común la función de dar aviso de que algo anda mal, o bien de la presencia de alguna amenaza, lo que en la mayoría de los casos (sobre todo si no educaste tus emociones) activa automáticamente el modo defensa. En relación a los sistemas que activan las emociones a nivel corporal.

Las emociones determinan biológicamente líneas de acción, funcionamiento corporal y conductas personales. Entonces cuando te enojás iniciás un recorrido en el cuál sólo son posibles ciertas conductas, mientras que otras no. Como vimos, el enojo activa el modo defensa, el cual a nivel biológico activa el sistema simpático por sobre el parasimpático, desactivando todos los sistemas que éste regula: sistema inmunológico, digestivo, sexual, del sueño y la creatividad, etc. Entonces, bajo la “disposición corporal” del enojo estoy en un “dominio de acción” (modo defensa) que me impide, por ejemplo, dormir, reír, reflexionar con claridad o estar creativo.

Sin embargo, insisto, para algunas actividades puede ser bueno estar en modo defensa. Por ejemplo, en ciertos deportes de alto impacto como el boxeo o el rugby, que requieren de tu fuerza física y del óptimo funcionamiento de tus reflejos, es bueno estar en modo defensa. También puede resultar una respuesta adaptativa en casos extremos en los que requieras una dosis adicional de fuerza, como sería el rescate de una persona o defenderte o huir de un ladrón. En estos casos seguramente será útil que tu corazón se mantenga al galope utilizando tu máxima capacidad pulmonar con los bronquios dilatados.

Modo creativo

La amígdala también segrega emociones que activan el modo creativo. Éste es un dominio de acción que te permite disponer de todos tus recursos para invertirlos en aquello que ocupe el foco de tu atención, es decir, en las actividades voluntarias. En este modo estarás habilitado para tener una alta performance en lo que sea que te desempeñes.

A nivel biológico el modo creativo es un equilibrio entre el sistema parasimpático y el simpático. Es decir, existe cierta activación del parasimpático pero no es excesiva, sin llegar a un estado de relax total. El modo creativo es un estado de activación placentero, lo que en psicología llamamos eustrés. El eustrés es un tipo de estrés positivo y placentero, un estado de justa activación –ni muy alta (estresante) ni muy baja (aburrido)– de las funciones corporales y cerebrales superiores. Es decir, se trata de una calibrada activación de todo el cuerpo, un equilibrado funcionamiento de los sistemas simpático y parasimpático. De modo que al estar activos el sistema simpático y el parasimpático se da un buen funcionamiento del digestivo, el sexual, el inmune, la creatividad, la memoria, etc. Mientras el sistema parasimpático esté en funcionamiento te mantendrás sano y con una buena performance. Bajo el dominio de acción del modo creativo verás que podés dormir, comer, tener y disfrutar del sexo, estudiar, estar creativo y ágil, además de que tu sistema inmune funcionará a todo vapor, manteniéndote fuerte ante enfermedades.

¿Qué emociones activan el modo creativo?

El modo creativo es activado por aquellas emociones que vivenciamos como placenteras: alegría, amor, felicidad, tranquilidad, dicha, seguridad, entusiasmo, etc. Estas emociones, si bien son distintas entre sí y te brindan información específica, tienen en común la función de informar que no hay peligro alguno. En definitiva, cada vez que sentís seguridad y confianza estás en modo creativo. Entonces tu organismo celebra: “¡Si no es momento de defensa, a disfrutar, a recargar energías y hacer lo que me place!”. De

modo que todas aquellas circunstancias que te resulten amistosas, familiares, conocidas o que te inspiren confianza, serán inductoras del modo creativo. Donde sea que te desempeñes, cuando te sentís bien vas a sentir que todo te sale bien. Este fenómeno fue descripto por la psicología como fluir: una experiencia en la que te conectás tanto con lo que hacés que perdés noción del paso del tiempo y de la autoconciencia. Es un estado tal de focalización y sincronización de todas tus funciones que llegás a olvidarte de vos mismo y te sentís profundamente energizado.

Desempeñarnos en actividades que disfrutamos nos energiza incluso cuando estamos agotados físicamente. Es realmente maravilloso el mundo de las emociones, porque ellas no sólo te informan de aquello que te gusta hacer sino que también te brindan la energía necesaria para la acción y te permiten disponer del máximo potencial biológico para alcanzar tus objetivos.

El modo creativo, como su nombre lo indica, te permite mayor creatividad para resolver dificultades de la vida cotidiana. Mientras te sentís bien tenés mucho mejor desempeño físico o deportivo, cognitivo o intelectual, musical, etc. Por ejemplo, los músicos más experimentados, cuando están embargados por estados de ira o angustia, no pueden afinar sus instrumentos con precisión. Las personas que miden más alto en una escala estándar de felicidad resuelven un veinticinco por ciento mejor los desafíos creativos que aquellos que se sienten molestos o enojados. Estados de ánimo placenteros te permiten relajarte más, lo cual te hace focalizar menos en los problemas del mundo y asociar mejor conceptos remotos. Un  biólogo especialista en creatividad, sostiene que la felicidad incrementa las posibilidades de tener insights o experiencias de creatividad, mientras que la ansiedad –modo defensa– las reduce.

La otra cara de esta moneda dice que realiza actividades que no son de tu agrado te dejará exhausto al poco tiempo. ¿Por qué? Porque al hacer algo que te desagrada te pondrás en modo defensa, estarás regañando y enojado por una tarea que te es repulsiva, lo que te insume mucha energía en temblores, palpitaciones, respiración agitada, tensión muscular, etc.; sin considerar que probablemente tendrá que hacer cada cosa un par de veces, puesto que con seguridad su desempeño se verá empobrecido al punto de cometer muchos errores y olvidos.